Julio Cepeda, tango y distancia

¿Y el funyi? -pregunté extrañado ante la presencia de Julio Cepeda sin el sombrero de fieltro negro que lo acompaña en los escenarios- Ante un amigo me saco el sombrero -respondió rápido y galante. Bajaba de su motor home que le sirve de refugio, mezcla de hogar y nave espacial con la que recorre ciudades y países junto a su entusiasta compañera Cristina. Hoy, nos cuenta su historia.

«Desde chico siempre me gustó el tango; lo cantaba en donde sea, en la escuela o cuando hacía los trabajos que mi madre me conseguía en las vacaciones para rebuscar unos pesos. Mi ídolo era Julio Sosa. Cuando a los 13 años ya tenía la voz cambiada y la caja pectoral armada, me salía igual. Una vez se anunció la actuación de mi ídolo en Independiente, yo tenía 15 años, noviembre del 64. Saqué mi entrada y esperaba encontrarme con él, pero una semana antes murió en un accidente. Tanto me golpeó que dejé de cantar».

«Recién a los 51, cuando vino la debacle económica en el país, yo trabajaba en el corralón municipal y tenía una pequeña fábrica de carteles para empresas. Ante la crisis este trabajo disminuyó casi hasta desaparecer. Comenzaron los reclamos judiciales por deudas que me deprimían ante la imposibilidad de cumplir. Lo único que me sacaba de esa depresión era cantar; cantaba a toda voz en el corralón donde trabajaba. Mis compañeros, sorprendidos, me alentaron a hacerlo en público. Tanto insistieron que me fui a verlo a ‘Mingo’ Scalenghe. Fue fundamental. Me escuchó, me alentó y me mandó a verlo a Antonio Fassi para que me dé unas lecciones de canto que me estaban faltando. Antonio, junto al piano, me hizo vocalizar y a los dos meses me dijo ya está, andá a cantar».

En salida

Julio relata entonces las vueltas por Rafaela tratando de conseguir guitarrista, bandoneón o piano para largarse por los boliches a cumplir su vocación y de paso ganar unos pesos. Fue difícil, hasta que un día dio por casualidad con Ramón Bouhier. Prueba mediante, aceptó la aventura. Después de algunas experiencias modestas y exitosas en Rafaela, se presentó en el Pre-Cosquín de Esperanza, año 2024. Fue observado, por ser muy parecido a Julio Sosa. Su ídolo había sido un obstáculo. Para salvar futuras presentaciones, se largó con un repertorio de tangos nunca cantados por Sosa, y así logró un estilo propio.

De Cosquín a Colombia

Julio Cepeda iba afirmando su repertorio y su nombre. Con la incorporación de Claudio Duverne, junto a Ramón Bouhier, forman el «Rafaela Tango Tres», con el que participan en el Pre-Cosquín de Gálvez y en el 2011 son premiados en el festival nacional de Cosquín con «Los Cosos de al Lao». Entonado y con afán viajero, Julio, ya en pareja con Cristina, parte en casa rodante por la costa del Pacífico rumbo a Colombia, para participar en el certamen de Medellín, centro de una zona eminentemente tanguera del país cafetero. Después de miles de kilómetros en su Traffic 93, participó y ganó el certamen y, como premio, cinco millones de pesos colombianos, USD 2.580.

«Con esa plata y algo de la nuestra, cuenta Julio, nos quedamos cinco meses en Colombia, cantando en teatros, boliches y centros comerciales, con la asistencia de un productor local. Conocimos lugares insospechados, gente cordial y un país tanguero».

«De Colombia, orillando el Pacífico, bajamos hacia el extremo sur, Chiloé, ese hermoso lugar de Chile. Viajamos durante un año, a lo largo de 25.000 kilómetros. Nuestra manutención consistía en mis actuaciones que íbamos contratando de ciudad en ciudad y, por su parte, Cristina tejía ropa al crochet, que ofrecía en venta en cada parada».

Tropezones sin caída

Siempre llevando el tango en el alma, Julio y Cristina realizaban también su parte didáctica, elementos documentales y objetos que podían mostrar partes de la cultura musical argentina. Con detalles pintorescos, que no hacen sino ilustrar el espíritu de aventura y la voluntad vocacional, Cepeda describe con detalle los pasos continentales como si fuera una excursión por el departamento. Esquiva con amargura la experiencia de su paso por Guatemala «el país más corrupto que conocimos», así como destaca la invariable colaboración de las personas que iban encontrando. Recuerda la acogida de los peruanos y luego del alcalde de Valparaíso, empeñado en hacer la Ruta Internacional del Tango, por varios países de América, cosa que no se sabe cómo continuó porque Rafaela, a través de sus autoridades, ignoró la invitación.

Nada detuvo a la pareja tanguera, que organizó por cuenta propia el encuentro de bandoneones. Eso tuvo como consecuencia adicional una campaña que, junto a Ramón Bouhier, hicieron en las escuelas promocionando el conocimiento y estudio del bandoneón. Viajó como invitado a Carcabuey, junto a la delegación rafaelina, pero por mucho tiempo sin apoyo oficial, que se le negó sistemáticamente. Aún con este hecho, sigue adelante, con su compañera Cristina Paccioretti como motor de apoyo, embarcados en ese motor home que devora kilómetros.

Se llama Julio Cepeda -o por lo menos ese es su nombre artístico- y no se puede uno sustraer a su entusiasmo por la vida que eligió, como si lo siguiera la energía de aquel uruguayo que dejó su vida prematuramente y que parece dedicarle «Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias», para que suene aquí, en Chiloé, en Colombia o donde fuere, porque la historia continúa.

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